Esta noche repasaba las fotografías de la performance de Vigilia Mambisa con los libros de Juanita Castro. Ya sabrán: frente a una sucursal de Ocean Bank se reunieron los vigilantes mambises a trocear páginas de las memorias recién aparecidas. (Cuba, lo sabrán también, produce artistas con la misma munificencia con que se prodiga el marabú.)
El caso es que sin saber por qué razón exactamente, por qué súbita conexión, qué díscola sinapsis, entre las que se me ocurren:
1) que la vigilia de marras se apellida precisamente mambisa,
2) que imaginara a su líder, el inefable Miguel Saavedra, tengo para mí que licántropo, acudiendo a comprar el libro de la Castro a la Librería Universal,
3) que recordara, entonces, que la primera vez, hace años, que entré en esa librería y mientras buscaba no me acuerdo qué, se abrió de pronto la puerta, se asomó un anciano con guayabera y preguntó al librero con voz ronca, como quien viene de discutir: «¿Tienes algo de Maceo?», a lo que el librero, a la sazón Juan Carlos Castillón respondió que no y el viejo se fue dando un portazo, como si volviera a la discusión sin el dato que buscaba,
4) que hace pocos días, y sin que viniera a cuento, tomaba un café con Castillón y salió a relucir Valeriano Weyler…
5) o, más probablemente, por todas ellas juntas…
Sin saber por qué, decía, las instantáneas de la performance de Vigilia Mambisa me recordaron aquella proclama que Valeriano Weyler ―de execrable memoria para nosotros― atribuye a Antonio Maceo e inserta en sus muy atendibles Memorias de un general.
La busqué y releí. Y sí. El viejo Ramón y Cajal cuyo nombre lleva calle cercana a la mía y descubridor de la sinapsis se habría felicitado de mi suerte.
Porque, oye, Cuba y los cubanos muestran una continuidad en su proceder, al decir de Bajtín, que pa’ qué.
Sigue Antonio Maceo, según Weyler (Valeriano Weyler, Memorias de un general, Ediciones Altaya, 2008, p. 208):
«Compañeros de armas, destruir, destruir, destruir siempre, destruir a toda hora del día y de la noche, volar puentes, descarrilar puentes, quemar poblados, incendiar ingenios, arrasar siempre; aniquilar Cuba es vencer al enemigo. Es tenaz, es valeroso, ya lo sabemos y por eso apelamos a medios tan extraordinarios y supremos. No tenemos que dar cuenta a ningún poderoso de nuestra conducta. La diplomacia, la opinión y la historia, no tienen valor para nosotros. Sería insensato buscar gloria en el campo de batalla para pelear con su artillería y hacer la carrera a jefes del ejército español. La cuestión es convencer a España de que Cuba podrá llegar a ser un montón de ruinas y entonces ¿qué compensación a sus inmensos esfuerzos puede ofrecerle la campaña? Hay que quemar y destruir a toda costa. Es insensato pelear como si fuéramos un ejército europeo. A donde no alcanzan los rifles, llega la dinamita.»