A partir de la exposición que hace Hesíodo del mito de Pandora en Trabajos y días, se ha discutido sobre la naturaleza de la Espera, si es mal o es bien, don. La Espera, recuérdese, quedó atrapada en la «caja» que abrió Pandora: «Sólo permaneció allí dentro la Espera, aprisionada entre infrangibles muros bajo los bordes de la jarra y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra» (Trabajos y días, Gredos, 1982, tr. de A. Pérez Jiménez y A. Martínez Díaz, pp. 67-68).
Recordaba vagamente el pasaje y lo evocamos ayer almorzando con M. en el restaurante Versailles, despidiéndonos de unos días en el Sur de la Florida. Desfilaban entre las mesas los «viejitos cubanos» que acudían al restaurante en busca de su sopita de pollo, sus croqueticas, sus medialunas… Elegantes ellos, empolvadas ellas, renqueantes todos, son la imagen misma de una espera que ha sido su maldición desde que dejó hace tanto de ser aliento.
Un deambular el de todos esos cubanos que responde unívocamente a la pregunta por la naturaleza de la espera. Al menos, la suya. Que es también la nuestra.
No fue esa, por cierto, la única referencia que me trajo a la mente el Versailles, cuyos manteles frecuento cada vez que visito Miami. Por la «jama», sí, pero sobre todo por el paisa(na)je.
En sus Estampas de San Cristóbal, Jorge Mañach inserta una viñeta con el título «El parque nostálgico». Un parque que conoció el esplendor y la espontánea vivacidad de otros tiempos mientras se hunde, escribe, en una «tristeza de vestigio y de ausencia».
Vestigio y ausencia: las dos cifras del tiempo secuestrado que transcurre en torno a esos fogones. Asoma allí el pasado mientras se asiste, bocado a bocado, a la (difícil) digestión de un presente con jeta de futuro.
UPDATE:
Yoani Sánchez «cantando las cuarenta»…