Ese Castro I que vuelve hoy a la carga con el fin-del-mundismo, su tema de preferencia en los años de sobrevida. Se acaba el mundo, se acaba la especie: el mundo se apaga mientras se consume él mismo.
Ese Castro ecologista. Ese Castro «verde».
El National Security Archive de Washington consiguió hace poco la desclasificación de unos documentos que prueban que su preocupación por la ecología viene de antaño. Lo relató un oficial de alto rango del ejército soviético:
(Un ejemplo de nuestra apreciación de las consecuencias de un golpe con armas nucleares: a principios de los ’80 Fidel Castro presionó con fuerza a favor de un endurecimiento de la política soviética contra Estados Unidos, que quería alcanzara e incluyera posibles golpes con armas nucleares. El Cuartel General tuvo que emplearse a fondo para hacerlo desistir de esa perspectiva detallándole las consecuencias ecológicas que un ataque soviético a los Estados Unidos tendría para Cuba. Ello modificó sustancialmente las posiciones de Castro.)
Anotado queda, que después la gente se pone a acusar de improvisación al Emperador-en-Adidas.
No, señor, demostrado queda que cuando guapeaba en Moscú y pedía hongos atómicos sobre Miami –supongo que para acabar con (la especie de) los marielitos–, ya era sensible al aviso de que la nube radiactiva cubriría Birán, la Raspadura y Punto Cero. Y sacrificó su sed de sangre -los millones de vidas que habría costado aquel Holocausto-, cosa de no estropear el bucólico paisaje que tanto gusta a nuestros guajiros: la hermosa campiña donde el espeso marabú acaricia con sus espinas los blancos tobillos de las palmas.