La adulonería, la guataquería, la chicharronería. Todos los poderosos producen adulones, chicharrones, guatacas. Los dictadores los generan a montones. El miedo –un miedo básico, desnudo– o la búsqueda de dádivas y favores promueven el servilismo, la ilusión del culto.
La lista de célebres, tristemente célebres, guatacones de Fidel Castro sería de no acabar. En papel o celuloide, hay testimonios de sobra. La última, la de ese reguetonero, “Baby” Lores, dedicándole una canción y tatuándose su cara en el hombro.
Pero por mucho que se hayan esforzado los cubanos en esa materia, es difícil encontrar una prosa española más insoportablemente babosa –por adulona– que la del documental Franco, ese hombre, un panfleto propagandístico que ofreció José Luis Sáenz de Heredia al «Caudillo» en 1964.
Tengo para mí que, por apretada que sea la liza, esta es la pieza suprema de la chicharronería en español.
De contra:
Guamá, por cierto, ha estado cubriendo la guataquería nacional reciente con aciertos hilarantes.