Un amanecer de 2001. Había llegado la víspera a Miami en mi primera visita a la ciudad. La primera que hacía al Caribe desde que abandoné Cuba en 1994. Hubo cena larga y copiosa en Coral Gables. Recuerdo con claridad que el camarero dijo ser de Güira de Melena, un dato, aunque inesencial, que conecté con tantas anécdotas de la historia familiar que mi abuela desgranaba domingo a domingo: los bazares que les habían expropiado, mi tío abuelo llegando a casa desde el Colegio electoral en un Cadillac con las urnas en el maletero, vaciarlas sobre la inmensa mesa de caoba, modificar las boletas, y ganar, ganaban siempre hasta que se acabaron urnas y boletas y los bazares fueron convertidos en bodegas de la OFICODA y los Cadillac los manejaron otros tramposos… Entonces todos perdieron. Apenas les quedó la memoria y vagas nociones de supervivencia.
(Tengo la mala costumbre de recordarlo todo. Como aquel Funés de Borges, aunque no lo vivo como drama, sino más bien como herramienta para el estupor. Así, por ejemplo, cada vez que los repartidores de carnés de anticastrismo montan su quiosquito, los recuerdo antes, como Víctor Jara a Amanda, y la “fábrica” aquella y la de ahora: “¡Yo más! ¡Yo más!”, se pelean como niños que procuran un premio… ¡Un pasado como premio!)
La víspera de aquel día de 2001, decía, la cena copiosa y Güira de Melena en torno a la mesa y a la mañana siguiente no estaba mojada la calle camino a la fábrica donde trabajaba Manuel, el de Amanda… Amanecía en Miami, salí a las siete de la mañana al portal y ahí estaba el césped mojado. Respiré hondo: era el olor de Cuba, el de Güira, Bauta, Jibacoa, y el Vedado y Miramar. Venir a Miami, desde entonces, es como viajar a Cuba. Es lo más cerca que puedo estar de viajar a Cuba. Y a mí que me molesta viajar, me molesta lo que parece es Cuba, y ni siquiera me gusta el césped húmedo, patria del jubo y el majá, Miami, que es tantos Miami, que me decía anoche R., ¡qué rico haberte visto por fin, R.!… Miami , el de la hierba matinal y la postal nocturna que admiré, fumando a solas en un reservado del Miami Arena el viernes pasado, es lo que más se parece al pasado y al futuro que me podría inventar, que nos podría inventar. De necesitarlo. A estas alturas, sin embargo, pateada esa rémora que llaman nostalgia y nada menesteroso de un pasado inventado ni un porvenir en disputa, no me hace falta ni eso. La libertad, entre otros regalos, nos hace el de vacilar una ciudad y sus gentes sin aplastarlas contra un tamiz tejido de risibles intereses, poses construidas sin pericia… La libertad es también la herramienta para ver a Cuba, su exilio y sus dos capitales desprovistos de patologías de la razón. Dichosos los ojos… Sanos sus dueños. ¡Y salvos!