He leído la entrevista que Eliécer Ávila concedió a Alberto Méndez Castelló para Cubaencuentro. Leí también su carta que publica hoy el mismo portal con el título «Aclaraciones necesarias».
A quienes llevamos unos cuantos años fuera de Cuba y nos hemos saltado el surgimiento de la generación a la que pertenece Eliécer Ávila, ambos textos, como aquella intervención en la UCI que dio la vuelta al mundo, nos hacen correr el riesgo de pensar que ese joven dotado de un envidiable sentido común para describir la situación del país «representa» a alguien, que por su voz habla su generación, que su capacidad para interrogarse sobre la realidad cubana es la de sus condiscípulos en la UCI y el resto de jóvenes que lo igualan en edad.
La mala noticia es que no es el caso. La generación de Eliécer es la de una desideologización rampante, jóvenes ajenos a la política, desencantados de todo y de todos, animados por un individualismo cerril que excluye toda forma de participación política, salvo la imprescindible para mantener el equilibrio que les proporciona estudio o trabajo bajo un régimen totalitario. Muchos de ellos suscriben las palabras de Eliécer en la entrevista, pero lo hacen con el mismo deseo de emularlo que el que me produce a mí el paseo espacial que hizo anteayer un astronauta chino. Que Eliécer Ávila quiera hablar, discutir y cuestionar poniendo en juego su propio futuro les parece el comportamiento de un demente o, dicho en cubano, de un comemierda. (Recuerdo, por cierto, trance parecido en el Moscú de 1989, cuando un estudiante de filosofía de Baracoa y tan humilde como Eliécer sostuvo en una reunión de la UJC, y ante dirigentes llegados desde La Habana, que acababa de detectar que en Cuba existía culto a la personalidad y se lanzó con larga, y bien fundamentada, perorata sobre el asunto. «¡Qué manera de embarcarse por gusto!», decía todo el que se enteraba del caso, a la postre desactivado.)
Eliécer Ávila es el freak del mes, aunque bien distinto de aquellos «friquis» que poblaron la geografía urbana de la Cuba de los ochenta y protagonizaron una interesante cultura de la apatía y la resistencia. Un freak, entiéndase, y pongo el parche antes de que aparezca el descosido, donde la denominación no contiene matiz peyorativo alguno.
Un muchacho con orígenes sociales humildes, educado en esa escuela de honestidad que son tantas familias pobres y rurales, que se define como revolucionario, sostiene estar dispuesto a ir a la guerra por su país y preferiría morir antes que aceptar la ayuda humanitaria de los EE.UU. Y, a la vez, quiere hablar, denunciar, dialogar con la mediocre y corrupta elite política de su país. Ese es el cocktail. Y no habrá nadie que quiera bebérselo allá.
Ha sido en tanto freak que lo han apartado en la UCI, como él mismo denuncia. Y su friquismo lo condenará a la desactivación que lo espera. La valentía, las ganas de escapar del redil totalitario, no se premian nunca en el país de las sombras breves y escasas.