El 18 de marzo de 2003 la policía de los hermanos Castro desató la ola de detenciones más intensa de la última década. Setenta y cinco personas acabaron tras las rejas, juzgadas sin garantías e inusitada premura.
De todos los relatos que conozco de aquellos procesos, el más revelador de su condición de caricatura –siniestra- continúa siendo el que hizo una vez Raúl Rivero acerca de la avidez con la que el abogado que le asignaron miraba un sándwich que reposaba sobre la mesa, mientras preparaba la defensa.
Tras largos minutos paseando la mirada entre los papeles, su «defendido» y el sándwich, el pobre muchacho no se aguantó más y preguntó: «Usted no se lo va a comer, ¿verdad?» Raúl contestó que no. Tal vez aquel fuera el único momento de felicidad que vivió alguno de los que participaron en la ola represiva: el abogado zampándose un pan con jamón y queso.
Reviso el comunicado que se leyó aquella noche en el Noticiero Nacional de Televisión. Hay algunas «razones» que conviene recordar:
«Varias decenas de personas directamente vinculadas con las actividades conspirativas que lleva adelante el señor Cason han sido arrestadas por las autoridades pertinentes y serán sometidas a los tribunales de justicia»… «La revolución aplicará con el rigor que sea necesario y en la medida en que las circunstancias lo demanden las leyes creadas para defenderse de nuevas y viejas tácticas y estrategias contra Cuba.»
«No se puede esperar generosidad y tolerancia de la revolución cuando somos testigos de hechos tan brutales y repugnantes como el cruel y despiadado trato a que están siendo sometidos cinco heroicos compatriotas que arriesgaron sus vidas por defender a su pueblo y al propio pueblo de EE UU del terrorismo y la muerte.»
Como también el remate:
«Mientras, mercenarios sin escrúpulos ni conciencia, en su inmensa mayoría vagos consuetudinarios viven de vender jirones de la patria al oro del imperio esperando impunidad.»
Conviene leerlo, recordarlo y habrá que pedir cuentas. Los abogados del futuro, al menos, no llorarán miseria por un sándwich, así que podrán preparar mejor defensa.
Cincuenta y cinco de aquellos hombres continúan pudriéndose en las cárceles del régimen. Todo aquel que se siente a conversar con Raúl Castro, que le ría sus gracias, o alabe su talante reformista es cómplice de la suerte de esos desdichados.
Cada palabra dicha a favor del castrismo, mientras no se reclame la libertad de esos hombres, sirve de testimonio de la cualidad de miserable de quien la diga.
Y visto que esas palabras son muchas, no queda más que concluir que vivimos en un mundo de miserables.
De manera que hoy, junto al dolor por la suerte de esos presos, he cargado todo el día con el asco que me produce vivir leyendo tanto periódico escrito por miserables que hablan de miserables.
Que me disculpen aquellos con quienes he trabajado y comido hoy, si en algún momento lo he dejado traslucir.