«Algo se está moviendo en Cuba»

«Algo se está moviendo en Cuba», repiten titulares de prensa y presentadores de telediarios desde hace un par de días.

No es terremoto en la falla Bartlett-Caimán. En Guantánamo no hay meneo de tierras detectado por los sismógrafos.

Tampoco nuevo avatar de las Mulatas de Fuego.

Las caderas que han suscitado tamaña revolución informativa son las de Raúl Castro, el exInterino.

No ha bailado Danza del Vientre –y mira que los cubanos tienen mal de vientre. Simplemente, se ha filtrado «circular» que recoge autorizaciones. Levantamiento de veda. Ya podrán comprar los habitantes de la isla de los hermanos Castro, los inquilinos del asilo que sirve de coartada a la más retardataria izquierda occidental, reproductores de deuvedés y computadoras. ¡Microondas también!, claman los periodistas. (No creo que los microondas hayan subido a los titulares de periódicos con tal frenesí desde que aquella inocente ama de casa metió al gato dentro de uno para secarlo.)

En Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902, un libro magnífico de Marial Iglesias del que convendría repartir ejemplar a cada cubano –podrían hacerlo desde los CDR; al fin, habrán servido para algo más que para vigilar, castigar y mascar catibía-, se menciona el 11% de habitantes de Cuba que cuestionados sobre su identidad para el censo de 1899 no sabían qué responder exactamente y fueron definidos en la tabla estadística como «ciudadanos en suspenso». Ni cubanos, ni españoles, ni extranjeros.

Ante el cambio de régimen, ellos se declararon «en suspenso». En la nada censal. En el limbo de las estadísticas. En el qué sé yo de la alegría.

Habría que preguntar a los cubanos cuántos de ellos se sienten «en suspenso» ante el presunto cambio de régimen que experimenta Cuba. Cuántos se alegran con la triste alegría del pobre ante anuncio comercial. Aquella pobreza de la que se decía irradiante, hasta que llegaron las bombillas fluorescentes y pintaron el país de nieve color sepia.

Sobre todo, convendría saber si les basta que Raúl Castro dé espaldarazo al mercado negro –los reproductores de deuvedés se comerán discos del floreciente negocio del alquiler-, aunque el gobierno se cuide de pedir perdón por haber mantenido restricciones humillantes durante tantos años. Aunque ese Granma de dieciséis páginas no dedique ni rinconcito de una a señalar a Fidel Castro como el principal culpable de la igualitaria miseria de los cubanos.

También habría que preguntarles a los cubanos «en suspenso» si están dispuestos a continuar tolerando a un Estado que regula con matemático celo en qué momento de la década podrán desayunar una tostada. Como si estuvieran envenenadas.

Toda esta letanía de los cambios me hace recordar aquel «Everything was forever, until it was no more», con el que Alexei Yurchak tituló su libro sobre las postrimerías del socialismo soviético. Como eterno se cree el castrismo, hasta que se acabe en un tilín con el salto de una tostada impaciente.

De contra:

Mis muy queridas Zoé Valdés e Isis Wirth conversan en París.

El vídeo es cortesía de Telebemba.

De recontra, y muy à propos:

Lázaro Saavedra y sus Guerreros herméticos III

17/03/2008 16:46

 

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