Saulo, que después se llamó Pablo y, más adelante, San Pablo, cayó de un caballo y creyó en Jesús. A Borís Yeltsin la iluminación le advino en vuelo de Houston a Miami. Entró a supermercado tejano y vio en apretada y colorida fila el daño que el comunismo le había hecho a Rusia.
Fue un fogonazo. La engañosa, aunque real, cornucopia como evidencia. Eso fue en 1989, cuando Yeltsin ya había dejado la estela de ser un tipo como cualquiera. Así decían en Moscú, cuando Gorbachov lo nombró jefe del partido en la ciudad. Recuerdo cómo se alababa el hecho de que bajara él mismo la basura de su casa.
“¡Hay que votar a Yeltsin!”, repetían todos cuando se anunciaban las primeras elecciones. Y lo votaron.
Basta que se celebren elecciones libres para que la gente vote a quien les parece es como ellos. Sufre como ellos. Ve lo que ellos.
Para mí, por supuesto, el Yeltsin más simpático es el que no dudó en disparar a los comunistas con sus propios tanques. ¡Qué delicioso ejercicio de justicia cósmica! Kundalini. Despertar a la serpiente que cierra el ciclo de las equivalencias.
Un tipo cualquiera. Más bien: un dirigente cualquiera. Un apparatchik. Es decir, un tipo del sistema que un buen día comprendió que un edificio enfermo y falaz merece los oficios de un zapador.
Más allá de algún adjetivo mal puesto, el obituario que le dedica el The New York Times, esa fábrica de grandes obituarios, es texto que ojalá tengamos en Cuba alguien que lo merezca.
Nuestro Yeltsin, el que nos toque, lo tiene mucho más fácil. No se las verá con un país artificial, la Unión Soviética, ni con una economía elefantiásica. Tan solo habrá de decir, como Yeltsin, que la mentira no da de comer.
Gorbachov y Yeltsin. ¡Cuánto gustan en la propia Rusia cebarse en sus sombras! Pero no hay sombra capaz de empañar la heroica tarea de dotar de libertad a cientos de millones de personas sometidas al comunismo.
Lo enterrarán, por cierto, al lado de Raisa Gorbachova.
Motakki en La Habana. Ante el canciller iraní, Pérez Roque dice lo mismo que antes junto a Moratinos. Idéntico nivel de relaciones. El despacho de la IRNA titula: “Irán y Cuba fortalezan las relaciones bilaterales”. Deliciosa errata.
Antes, en Managua, Motakki dijo que la república islámica “está junto a los nuevos movimientos de Sudamérica”.
Vaya desplazamiento geopolítico éste de la irrupción de China e Irán en América Latina. Ni la Unión Soviética pre-Yeltsin consiguió tales réditos, si de deja a un lado a la satelital Cuba y al episodio sandinista que ahora se reedita.
Habrá que atender a la proliferación del Islam en Chiapas y en ciertos barrios habaneros, el Cerro y La Lisa, principalmente. La Embajada de Irán en La Habana alimenta a esos nuevos siervos de la Ummá (que no la UMAP).
Ese incipiente Islam cubano debe más al de la raza negra en los Estados Unidos. Es una importación más. Los iraníes intentan atraérselos a la doctrina chií. No por anecdótico y risible, el asunto deja de ser síntoma del desasosiego. Y motivo para el tal.
UPDATE:
Tom E. Morello. Buena aportación cubanoamericana al difícil arte de la stand-up comedy.