La muerte del aprendiz

“El tono perturbador de sus ejercicios literarios”, se dice.

Iba bien ese muchacho. Perturbar a una educadora en creative writing es lo máximo que se le puede pedir a un aprendiz de escritor.

Lástima que se diera cuenta tan rápido, y tan atrozmente, de que la distancia entre un escritor y el mundo que lo rodea se salva únicamente mediante la ironía o la muerte.

 

Liviu Librescu escapa del exterminio nazi, escapa de la brutal Securitate de Ceacescu, ¡ya son dos escapadas milagrosas!, y encuentra la muerte recostado a una puerta sobre la que dispara un aprendiz de escritor con una idea muy propia de la lucha de clases. He ahí al último personaje trágico de la abortada carrera literaria de Cho Seung-Hui.

 

La Rumanía de la que escapó Librescu. Suelo pensar en Rumanía cada vez que nuestros chauvinistas hablan sin rubor de la cultura cubana.

Un país siempre sufrido y siempre dependiente.

Pero Tristan Tzara, Ionesco, Celan, Cioran, Eliade. Tipos que reinventaron el arte, el teatro, la poesía, el ensayo y la sublime condición de amateur.

¿Se ha subido algún cubano a esa estatura? ¿Hay escritor cubiche que erguido sobre sus punteras de charol barato pueda lamer sin descoyuntamientos de lengua la suela de esos zapatos de Bucarest?

Literatura cubana, dicen, ufanos…

 

Desde California, para El Tono de la Voz, Ariana Hernández-Reguant.

Hace unos años eran los empleados de correos los que un día enloquecían, quizá debido a su empleo alienante, típica y modernamente fordista. De repente un día se aparecían en la estafeta, y ametrallaban a carteros y clientes por igual. Ello dio pie a una expresión que creo ya esta en el diccionario: «to go postal», o postalizarse».

El ultimo postalizador ha sido un muchacho de 23 años, inmigrante de Corea del Sur, estudiante en la universidad tecnológica de Virginia, situada en el suroeste del estado, muy cerca de Apalacchia, una de las zonas mas pobres del país.

Para los habitantes de las cosmópolis como la mía (el Sur de California, que se extiende de Los Angeles a Tijuana), esos incidentes suenan lejanos. Esa violencia «domestica» (o sea típicamente norteamericana, producto del derecho del individuo a portar armas, y a la incomunicación y soledad quizá importada por los europeos del norte de los Alpes) es algo remoto (hasta que pase aquí «that is»). Es como el terrorismo de Timothy McVay -el bombero urbano de Oklahoma- o la matanza de Columbine -¿donde estaba Columbine?-. Son cosas que pasan en la América profunda, en el «heartland», en el corazón de la tierra, donde la gente enloquece de aislamiento y se postaliza.

Pero resulta que esta vez el asesino era un estudiante coreano, hijo de empleados de una tintorería, y aspirante a escritor. Afortunadamente, las noticias no han abundado en el dato de que el muchacho fuera un inmigrante. Ni en el de que procediera de la «clase trabajadora». Mucho menos en que fuera asiático. Sin embargo, si se ha incidido en que estudiaba literatura, y concretamente “creative writing”. O sea, estaba en un programa artístico de escritura. Y lo que escribía eran obras de teatro. Macabras, violentas, con mucha sangre.

Cho Seung-Hui quería ser escritor. Parece ser que era un personaje solitario y poco amigable. Vivía en un pueblo tranquilo donde pasaba poco, y su mundo era un mundo interior. A veces despotricaba contra los ricos, pero en general no hablaba mucho. Como dijo Vonnegut en una de sus últimas entrevistas (y de algún modo llevando la idea de Habermas a un extremo), la vida del escritor no es realmente ni la pública, ni la privada, sino la interior. Es en esa donde radica la turbulencia. Aparentemente, sin embargo, los escritores suelen ser gente tranquila, o al menos, suelen querer llevar una existencia tranquila. Atrás quedaron los Hemingways, presentándose voluntarios a guerras diversas. Lo habitual es que huyan de esos conflictos, y se exilien a lugares cotidianos (en inglés: uneventful, o sea, en los que pasa poco), lugares que permiten «vivir» la turbulencia interior que mencionaba Vonnegut. Nadie lleva a la práctica los desvaríos más violentos. Perro que ladra no muerde. Para llevar a cabo lo que hizo Seung-Hui habría que ser, en una palabra, un loco.

Pero en las noticias de PBS, la emisora pública (o sea, de todos y no del estado), se decía lo contrario: que no estaba loco. Porque lo interesante del reportaje de las noticias de hoy era precisamente la atención a la psicología del personaje. No se decía apenas nada sobre su entorno social, y mucho menos político -el derecho a portar armas es inalienable, y de todas formas las armas que utilizó no eran de las más mortales que cualquiera puede comprar en el drugstore. En las noticias, los expertos invitados eran psicólogos, hablando del «perfil» de un asesino como este: controlador, probablemente emocionalmente abusivo, alguien para quien cualquier fracaso o crítica significa una desestabilización del ego (una personalidad «todo o nada»). O sea, el tipo era un pesado, pero no un demente. La distinción es importante, pues en este país solo los cuerdos pueden ser condenados a muerte (y por eso, supongo, tantos asesinos, incluido este, deciden suicidarse).

Coincidían los expertos en que este tipo de violencia no es prevenible. Cualquier intento de prevención chocaría con los sagrados derechos del individuo… a la privacidad, por ejemplo. Es decir, no se puede vigilar a cualquiera solo porque escriba obras de teatro sangrientamente violentas (si las escribiera en contra del gobierno imagino que entonces sí). Coincidían también en que no hay generalidades demográficas. Un asesino de masas puede ser tanto blanco como negro, joven como viejo, rico como pobre (curioso que la cuestión de genero no se haya mencionado).

Condolencias por parte de líderes internacionales, vigilias por las víctimas, velitas en la oscuridad y demás ceremonias completaban el reportaje noticiario. En Virgina Tech, su presidente y demás integrantes de la burocracia académica se dirigían al cuerpo estudiantil en el estadio del campus, no en una iglesia ni en un teatro, con los administradores de la institución abajo en lo que seria la pista de baloncesto o fútbol-sala y los estudiantes en las gradas. Al terminar los discursos, los estudiantes se alzaron y, a coro, entonaron el “cheer-leading anthem”, el himno de apoyo al equipo de la universidad, algo así como lo que en español se suele traducir como “hip hip hurra”, es decir, algo así como «Virgina Tech vencerá». En este país siempre se trata de vencer, no importa que el enemigo sea un producto de la imaginación.

Las noticias, como la vida, continúan. Acto seguido:

“Y en otras noticias nacionales e internacionales, el alcalde de Nagasaki fue asesinado de un disparo por un ciudadano. El sujeto en cuestión declaró estar muy frustrado por el hecho de que el ayuntamiento se negara a pagarle daños y perjuicios por el daño producido a su vehículo…”

18/04/2007 16:36


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