Hoy me he estado releyendo. No es narcisismo: es mero trámite para cerrar las costuras de Maximal Bildung.
Comparto un fragmento de la Minimal Bildung. No lo había hecho antes aquí.
…Al llegar a lo alto del cerro, Gerardo Shao se encontró con los tres pabellones que le había anunciado el Dr. Meisner. Tenían una apariencia de rancio abandono, a pesar de que los vidrios de que estaban construidos eran limpísimos, prístinos. Joven vidrio, que disimulaba la añeja fábrica del trino monumento a la Transfiguración, erigido a instancias de un Pedro que ya comenzaba a tomarse muy en serio su cualidad fundadora: “Para ti uno, y para Moisés otro, y para Elías otro” (S. Mateo, 17, 4) —le había dicho a Jesús aquella tarde, recién vuelto el seudo-Mesías de su alba y su escucha, en las alturas de otra elevación, ahora distante, el Monte Tabor.
Nada, en efecto, ha cambiado en los pabellones dos mil años después. La lluvia no ha empañado los vidrios, el granizo no se ha atrevido a quebrarlos, la desatención no ha dejado ninguna huella visible en su cúbica solidez. Shao rodeó los bloques de vidrio —“o de hielo”, pensó, como alucinado. Podía ver a través de los pabellones dispuestos formando un triángulo. Las puertas de acceso, discernibles apenas por el marco de junco que las intimaba, miraban todas al centro del triángulo. Girando sobre sí mismo, veía su figura reflejada en las paredes de agua, apenas rota al cruzarse con los juncos, desaparecida entre los nubarrones del horizonte. Absorto y preso de su eje, parecía un derviche giróvago. Achinado y meditabundo, era un tibetano sin saberlo.
Ha cambiado mucho el librero desde la última vez que lo vimos. Desde la conversación con Buenaventura momentos después de verificada la violenta muerte de su hermana, Shao ha perdido peso y ganas —sin que, por otra parte, se aprecie ningún trasvase de esas energías hacia Buenaventura. En esas pocas horas transcurridas, ha visto encanecer sus cabellos, ajarse su sonrisa, desvanecerse su voluntad; ha intuido que ya no le queda mucho por vivir. Le pesa al chino-cubano su ser hipostasiado. Lo grava la escisión, a medias pactada, a medias impuesta, que imaginó primero sería un instrumento multiplicador de vida, pero que se ha revelado suma de carencias y responsabilidades. Adición de sustracciones.
Meisner le había asegurado que su sosias Buenaventura experimentaría duplicaciones conexas y penas redundantes. También él estaría preso de la culpa de la transfiguración. También él, pero sólo si era cierto que había asesinado a la hermana de Shao. “También él”, resonaba la suma en los oídos de Shao, “también él”.
El día era propicio para la redención. Era la víspera de Passover. Shao entró al pabellón dedicado a Elías. Había una mesa puesta con servicio para dos comensales, y una joven sentada, dándole la espalda. Su trenza larguísima caía hasta el suelo y se enroscaba en una de las patas del taburete, con cierta ternura que hacía pensar en una vida en hibernación. (Cuando comience a hablar, el brillo que correrá entrelazado por sus cabellos hará imposible que miremos a la trenza fijamente. El broche que desde la punta la mantiene reunida golpeará la madera, acentuando las palabras.) Las paredes de vidrio estaban cubiertas de tapices que representaban escenas mesiánicas. Diversos los rostros de los Ungidos, Shao se reconoció en uno de ellos. Sentado en un trono, cuatro ángeles sostenían sobre él una corona. Flanqueada la escalera por doce mansos leones y ocho atentos apóstoles, él mismo sostenía sobre las rodillas un libro entreabierto y levantaba una vara en la mano derecha. Abajo, se leía la palabra Tikkun.
—¿Es Isaac Luria? —le preguntó a la joven que ya se había levantado y lo miraba solícita.
—Es Shabbatai Zeví, el Mesías de Esmirna, conocido por el acrónimo Shatz. Eres tú mismo, Gerardo Shao, conducido aquí por las fuerzas que quieren devolverte el Reino que dejaste escapar después de apostatar y marcharte a Albania a morir tu primera muerte.
Shao comió sin decir palabra. Cuando la joven salió, dejándolo solo, se echó sobre el suelo de tierra y tras repetir doce veces la salmodia “el próximo año en Jerusalem” se quedó dormido. En 1624, dos años antes de que naciera Shabbatai Zeví y 32 antes de que fuera proclamado Mesías por Nathan de Gaza, Francisco de Zurbarán pintó el cuadro Exposición del cuerpo de san Buenaventura, que representa con sospechosa fidelidad a Gerardo Shao durmiendo su segunda muerte en el pabellón de Elías…
De Jorge Ferrer, Minimal Bildung, Miami: Editorial Catalejo, 2001.