Le llaman depresión post-parto. Nueve meses esperando que nazca el niño y cuando viene no se sabe muy bien qué hacer con él. Y hasta se le coge un poco de tiña.
La Asamblea Nacional del Poder popular parió a Raúl y a «Machadito», renqueantes ya después de un embarazo de diecinueve meses, y los cubanos parecen estar administrando con habilidad la depresión post-parto. Potencia médica, ya se sabe.
El ajetreo es un magnífico antidepresivo y correr a las cadecas a canjear pesos se ve que es de lo más entretenido. Otros niños requieren cambio de pañales. Éstos, cambio de moneda.
Entretanto, Pérez Roque, uno de los nonatos de aquel parto voló a Nueva York a firmar los pactos sobre derechos humanos que Castro I repudió, y Armando Hart aboga por la «invulnerabilidad ideológica». Tojunto, que diría el guajiro. Invulnerabilidad ideológica, como si propusiera nombre y apellido para la criatura recién nacida.
A la que ya mima la Ujotacé. Se reúne su Buró Nacional para ver cómo ayudar a la cultura. Cómo encauzarla por las dulces aguas de lo cauto. «La cultura tiene que estar en el sitial más alto del trabajo de la UJC», dicen. «La relación de la UJC y la Asociación Hermanos Saíz se consolida en un movimiento que apoya de manera inteligente el trabajo cultural e ideológico con los jóvenes», amenazan.
En ocasión de la muerte de Octavio Cortázar, vuelvo a subir aquí el documental Por primera vez, una joya del cine cubano, y universal, que los lectores veteranos de El Tono de la Voz ya pudieron ver el 5 de abril de 2007, cuando este blog tenía menos de un mes de vida. Creo recordar, sin tiempo para verificarlo ahora, que se trató del primer video que apareció aquí, algo que me complace sobremanera hoy que guardo luto por uno de los más grandes documentalistas del último medio siglo cubano.
De contra:
El último número de la revista Casa de las Américas trae ensayo de Rafael Hernández. Un repaso a la historia de la inferencia de la política en la cultura desde 1959. Copio y recomiendo leer los últimos párrafos.
Andar sin muletas: Cultura, política y pensamiento crítico en Cuba
por Rafael Hernández
(Fragmento)
La difusión de los resultados del conocimiento es esencial no solo para el desarrollo social y la cultura del debate, sino para el enriquecimiento del conocimiento social mismo. Esta difusión puede contribuir a cultivar un debate que está teniendo lugar de todas maneras en diversos espacios formales e informales de la sociedad civil. Cuestiones como las del mercado, la propiedad social, la participación, el consenso, la discriminación racial y el prejuicio, la orientación sexual, las diferencias intergeneracionales, la crisis de valores morales e ideológicos, la nueva oleada migratoria y sus motivaciones, las visiones acerca del modo de vida capitalista, los impactos sociales del turismo, la libertad de expresión, la democracia socialista y el pluralismo, y otros muchos igualmente complejos y sensibles, son tema de discusión a todo lo largo del país, incluso al margen de las instituciones.
El arte y la literatura las están abordando de una manera más amplia y con un mayor impacto que el pensamiento social, aunque no con toda la sistematicidad y el poder analítico de éste. Pero esta diferencia cualitativa en el conocimiento entre el arte y el pensamiento social no radica -como piensan algunos- en la posibilidad que tienen las ciencias sociales de reunir datos y procesarlos estadísticamente. Ni las tablas estadísticas, ni -como bien saben los historiadores- los archivos, hechos y documentos, hablan por sí solos. La política no se estudia solo sobre la base de discursos y declaraciones. El análisis de los problemas económicos no equivale a describir tendencias ni se sustancia en un cúmulo de balanzas, tablas y gráficos. A su manera, el investigador, como el artista, requiere visión, creatividad e imaginación, para poder construir problemas, hipótesis e interpretaciones; necesita no solo dominio de sus métodos y técnicas, sino una amplia cultura, igual que el artista; y también, como este, una actitud inconforme ante lo establecido y aceptado, para lo cual debe disponerse a defender sus verdades, con audacia e inteligencia. Uno y otro tienen una responsabilidad y un papel social que ejercer, como creadores de cultura. Sin ello, apenas rebasan el rol de los iluminadores de manuscritos sagrados de la Edad Media.
Por otra parte, trazar una frontera divisoria entre pensamiento social y ciencia social retrotrae la teoría al positivismo del siglo XIX. Ante tales criterios taxativos, Los factores humanos de la cubanidad o El imperialismo y la sociología, El 18 Brumario o La guerra civil en Francia, Del encausto a la sangre o La revolución pospuesta, ¿serán ciencia social o “solo” pensamiento social? ¿Dónde se ubican hoy la filosofía, el psicoanálisis, la sociología cualitativa; para no hablar de los estudios literarios, la teoría del arte, los abordajes de la complejidad? ¿Constituyen una ciencia social supuestamente “dura”, o un pensamiento social ligeramente especulativo y, por tanto, más bien “blando”? Afirmar que el conocimiento de los temas cruciales de la sociedad cubana solo puede derivarse de un empirismo nublado de técnicas y fórmulas para iniciados, supuestamente objetivo y neutro, y que no confronta sus resultados en el debate público, equivale a identificar un solo discurso válido como producción de conocimiento crítico, igual que se pensaba de la teología y del latín en el siglo XIII. Aquel discurso autorizado en la época del escolasticismo consistía en apuntalar una doctrina y servir de fundamento intelectual de una fe. Ese no puede ser el rol del pensamiento crítico en el socialismo.
Por otra parte, la incultura del debate no se limita a ciertos medios burocráticos. Profundizar en los problemas que entorpecen el diálogo requiere también que el pensamiento crítico se mire en su propio espejo. Algunos debates intelectuales se limitan a un coro de voces que repiten las mismas ideas, reaccionando de manera tan refractaria ante los que disienten de ellas como puede hacerlo la censura institucional más impermeable. Alejarse de la catarsis, y de su futilidad cultural y política, conlleva también despojarse de esa visión según la cual cada intelectual estaría dotado de una cierta licencia para pronunciarse sobre cualquier cosa, incluso aquellas que no conoce bien, confundiendo algo que ya estaba claro para los griegos de la antigüedad: que la opinión -la doxa, decían ellos- no es necesariamente conocimiento, y mucho menos pensamiento crítico.
Naturalmente, sin un acceso a las fuentes resulta difícil cultivar opiniones ilustradas. Por lo general, este acceso depende de decisiones que no están en manos de los investigadores, ni reguladas por normas claramente establecidas, sino por el arbitrio de los administradores de la información. De cualquier manera, en materia de diálogo, la cuestión de fondo tiene que ver más con la carencia de una cultura política que lo propicie. Un auténtico diálogo no debería tomar como premisa que una de las dos partes ya tiene la verdad, ni tener como propósito el de persuadir de manera más o menos paciente a la otra, llevándole la luz del criterio correcto y el entendimiento de una realidad revelada. Este pseudo-diálogo suele atascarse en respuestas como “tienes razón, pero no es el momento”, “no hay que ser ingenuos”, “puede ser peligroso”, o incluso en definiciones menos corteses, como “ese es un concepto burgués”, o “hay que tener cuidado con la crítica desmovilizadora, que estimula el pesimismo y la desesperanza”.
En Cuba, el desarrollo de una cultura superior ha creado una sociedad civil pensante. Ese ejercicio de pensar implica una disposición crítica, una capacidad de creación espiritual e ideológica propia. Esas potencialidades, y las nuevas contradicciones que se enfrentan, son el espejo vital de una sociedad y una cultura que hoy se asume a sí misma como capaz de debatir y decidir a plenitud su presente y su futuro.
Este ensayo originalmente fue publicado en: Casa de las Américas, # 249,
octubre-diciembre, 2007.
Fuente: Cuba-L Analysis (Albuquerque), vía Cuba Digest.