Las revoluciones son también la eclosión del odio y la vulgaridad. Hay pocos testimonios que lo pongan en evidencia con la fuerza y el dolor con que lo hizo Iván Bunin.
Un Bunin a quien la ascensión de los rojos al poder convirtió en reo de dos obsesiones sucesivas. La primera, soñar que fueran derrotados por el Ejército blanco. La segunda, marchar cuanto antes al exilio.
La soñada derrota no se produjo, como es sabido. Escapar a Europa occidental le llevó dos años enteros a Bunin. Los vivió a medias entre Moscú y Odessa, mientras asistía a la destrucción del Antiguo Régimen, en aras de la consecución de una dictadura. Dos años en los que Bunin fue testigo -humillado y alelado- del avance del hambre y el terror. El terror rojo. Dos años en los que supo, y no dejó de repetir, que los verdaderos culpables del caos eran los intelectuales rusos, los mismos que habían azuzado al pueblo, primero, y lo adulaban ahora. Los retratos de Gorki, Maiakovsky o Esenin son demoledores.
Este diario de una revolución es joya mayúscula. Escrito en secreto, Bunin consiguió llevarse a Francia el grueso de sus apuntes, que publicaría muchos años después. Esta es la primera ocasión en que se traduce al español, empresa de la que me congratulo doblemente: como lector y traductor. (UPDATE: un lector me informa de la existencia de traducción anterior de los Días malditos. Véanse los detalles abajo.)
Agradezco a El Acantilado la cortesía de ceder este fragmento de Días malditos (Diario de una revolución) a los lectores de El Tono de la Voz.
En El Acantilado; en La Central; en Casa del Libro
Días malditos
(fragmento)
Por Iván Bunin
17 de abril
«El antiguo régimen, podrido hasta la raíz, ha caído para siempre… El pueblo, animado de un espíritu ardiente y espontáneo ha derrocado irremisiblemente a los Romanov…». Si eso es efectivamente así, entonces ¿cómo es que, desde los primeros días de marzo, todos parecen haberse vuelto locos, horrorizados ante la perspectiva de una reacción que conduzca a la restauración?
«Honor al loco que insufle a la humanidad un sueño dorado…». ¡Cuánto le gustaba a Gorki gritar esa frase! Y pensar que el tal sueño no consiste en otra cosa que en romperle la cabeza al patrón, vaciarle los bolsillos y convertirse en un canalla todavía peor que él.
«Las revoluciones no se hacen con guantes blancos…».
Entonces, ¿por qué os molesta que la contrarrevolución se haga con mano de hierro?
«¡Consuélate! ¡Mayor aún es el dolor de todo Jerusalén!».
Permanecí en la cama con los ojos cerrados, hasta la hora del desayuno. Estoy leyendo un libro sobre Sávina. Nada especial me movió a elegirlo. Simplemente, hay que hacer algo y ahora ya da lo mismo qué hacer, toda vez que la principal idea que nos domina es la de que esto no es vida. Y, además, insisto, la agotadora sensación de espera, nuestro convencimiento de que las cosas no pueden continuar así, de que alguien, o algo, tendrá que acudir por fin a socorrernos, sea mañana, pasado mañana, ¡o tal vez, esta misma noche!
La mañana estuvo gris. Después del mediodía, comenzó a lloviznar. Y, por la noche, ha diluviado. He salido en dos ocasiones a presenciar cómo celebran el Primero de Mayo.
Tuve que obligarme a hacerlo, porque tales espectáculos me revuelven el alma, literalmente. «Es como si percibiera físicamente a la gente», anotó Tolstoi sobre sí mismo en una ocasión. A mí me sucede lo mismo. No comprendían esa sensación de Tolstoi, como tampoco la comprenden en mí. Y es por ello que se sorprenden de mi pasión, de mi «parcialidad». Todavía ahora, para muchos, «pueblo» y «proletariado» son meras palabras. Para mí, en cambio, siempre han sido ojos, bocas, voces; para mí, un discurso en un mitin es todo el ser que lo pronuncia.
A mediodía, salí a dar una vuelta. Caía una finísima llovizna y me encontré un montón de gente reunida en la plaza de la Catedral. No obstante, los asistentes admiraban toda aquella farsa con rostros inusualmente aburridos. Naturalmente, hubo procesiones encabezadas por banderolas rojas y negras, como hubo también algunas desvaídas carrozas ornadas con flores de papel, cintas y banderas, sobre las que viajaban actores y actrices, vestidos con trajes de operetas populares, que cantaban para consolar al «proletariado». Había también tableaux vivants que representaban «la fuerza y la belleza del mundo obrero», comunistas abrazados «fraternalmente», «severos» obreros enfundados en chaquetas de cuero negro y «pacíficos campesinos». En definitiva, había todo lo necesario, toda la puesta en escena ordenada desde Moscú por el reptil de Lunacharski.
¿Dónde, por fin, se halla, para algunos bolcheviques, la frontera que separa, por una parte, el más vil menosprecio de la chusma, la más asquerosa compra de sus almas y sus vientres, y, por otra, cierta dosis de sinceridad y exaltación nerviosa? ¡Qué desequilibrio y qué exaltación se aprecian, por ejemplo, en Gorki! Recuerdo, en alguna Navidad en Capri, cómo decía (con énfasis en las «o», a la manera de Nizhni Novgorod): «Esta noche, chicos, tenéis que ir a la piazza; allá, el diablo se lo lleve, el público se dispone a hacer cosas extraordinarias: toda la piazza comienza a bailar, ¿comprendéis?, los chiquillos lanzan tremendos alaridos, hacen estallar petardos en las narices de los más honorables comerciantes, se ponen a dar vueltas de carnero, soplan mil silbatos… Y habrá, ya lo veréis, procesiones de artesanos la mar de interesantes, y escucharéis maravillosas canciones populares…». Y diciendo esto, las lágrimas asomaban a sus ojos verdes.
Poco antes de anochecer, me acerqué a la plaza de Catalina la Grande. El ambiente era sórdido y húmedo. El monumento a la zarina estaba envuelto de pies a cabeza con toda suerte de trapos sucios y húmedos, atado con sogas y cubierto de estrellas rojas de madera. Y frente al monumento, la sede de la policía política; sobre el asfalto mojado, se reflejan las banderas rojas que la orlan; unas banderas especialmente repugnantes debido a la flacidez que les ha impreso la abundante lluvia y al color sangriento que tiñe su reflejo en los charcos.
Por la noche, media ciudad queda en penumbras: una nueva burla, un nuevo decreto: que nadie se atreva a utilizar la luz eléctrica, por mucho que esté disponible. En cambio, no hay forma de encontrar queroseno o velas, así que sólo en algunos lugares, a través de los postigos, se adivinan pobres y crepusculares llamitas, salidas de improvisados candiles. ¿Quién es el responsable de esta burla?
Sin duda, el pueblo, porque se la perpetra en favor del pueblo.
Me viene a la memoria un anciano obrero que estaba parado frente a las puertas del edificio que había albergado al periódico Novedades de Odessa, el día de la instauración del poder bolchevique. De pronto, salieron en estampida por las mismas puertas los chiquillos que cargaban montones del periódico Noticias, recién salido de las prensas, y voceando el titular: «¡Se impone una contribución de 500 millones de rublos a los burgueses de Odessa!». El obrero carraspeó y se atragantó de rabia: «¡Es poco! ¡Eso es poco!». No hay dudas de que los bolcheviques constituyen el verdadero «gobierno de obreros y campesinos». Ellos «materializan los más recónditos sueños del pueblo». Y ya se sabe cuáles son los «sueños» de ese «pueblo» al que corresponde ahora gobernar el mundo y guiar el curso de toda la cultura, el derecho, el honor, la vergüenza, la religión y el arte.
«¡Ni anexión, ni contribuciones impuestas a Alemania!». «¡Muy bien! ¡Eso es justo!». «¡Quinientos mil millones de contribución impuesta a Rusia!». «¡Eso es poco! ¡Eso es poco!».
Los «izquierdistas» achacan todos los «excesos» de la revolución al antiguo régimen. Los miembros de la Centurias Negras, a los judíos. ¡De ello resulta que el pueblo no tiene ninguna culpa! Mientras, ese mismo pueblo se ocupará después de echar las culpas a los vecinos y a los judíos: «¿Y yo qué he hecho? Pues, lo mismo que todos. ¡Los judíos! Ellos fueron los que nos llevaron a esto…».
19 de abril
Salí a dar una vuelta para despejar la mente y aproveché para comprar provisiones. Dicen que van a cerrar todos los comercios y que no habrá nada que comprar. Y, efectivamente, en los puestos que aún no han cerrado, apenas queda algo en venta, como si todo hubiera desaparecido.
Por pura casualidad, encontré queso fresco en un puesto de la calle Sofiiskaya. El precio era exorbitante…
Traducción de Jorge Ferrer
De contra: ¡Cuánto tengo que esperar para que Playboy.fr suba las fotos de Juliette Binoche? Entretanto, en Barcelona resulta imposible comprar el número corriente de la Playboy francesa. ¿Algún lector desde Francia se apiadaría de mí? Avise a eltonodelavoz@gmail.com, svp, y le anoto mis señas postales…