Cómo me chirría esa figura jurídica del «autor intelectual» con la que se prodigan esta mañana periódicos y radios a propósito de la sentencia dictada ayer por el atentado jiyadista en Madrid.
Ese malsano gusto por las palabras pomposas que padecen periodistas y comentaristas. «Autor intelectual», repiten con la boca llena.
Una partida de miserables que participan a partes iguales del odio a Occidente –a nosotros- y la veneración del ladrón de camellos de Medina puso bombas en los trenes de Madrid aquel 11 de marzo. Dejaron 191 muertos y miles de heridos o traumatizados. Hubo, recuérdeselo, un cubano entre los muertos: Michael Mitchell Rodríguez. A él le dediqué el primer post de este Tono de la Voz.
¿Qué hizo este país que apenas se llama España tras padecer la furia de esa gentuza? Se vio envuelto en larga disputa acerca del instigador. Ojo: ¡instigador!, no «autor intelectual». El Partido Popular quiso que estuvieran involucrados los asesinos marxistas de la ETA; el resto de partidos, se entretuvo en guerrear a muerte contra el centroderecha español. ¿Preocupados por subrayar la amenaza jihadista? ¡Ni soñarlo! Tenían a mano enemigo más odiado: el centroderecha de marras. La «otra España».
Tres años después, la benigna sentencia, la occidental sentencia, la estúpida sentencia, no provoca reflexión sobre la amenaza a Occidente. Trae más ocio casero. Esta España, que ni sabe qué es, ni se atreve a encarar lo que algunos quieren que vuelva a ser: reino de taifas o Al-Andalus.
El «autor intelectual», dicen aquí y allá.
«Vaya con estos infieles», se estarán diciendo los que van a atentar mañana. «Es más fácil vencerlos que aprenderse las suras de carrerilla.»
Ellos saben que no necesitan de misteriosos «autores intelectuales», cuando, en realidad, nos tienen a nosotros de perfectos cómplices. ¡Con qué delectación habrán visto la edición digital de El País de hoy! Los condenados ayer no fueron los jihadistas: ¡fueron el partido contrario y la prensa enemiga!
De contra: esta semana capturan en Burgos a célula islamista. «Carnicería musulmana», decía el rótulo del negocio que regentaba el cabecilla. ¡Una pista donde las haya! A la mañana siguiente, los periódicos informan que de los seis detenidos, dos han sido enviados a prisión. ¡Albricias! Al fin les meten unos tiros a cuatro jihadistas sin entretenerse en argucias de picapleitos, se felicita uno mientras se afeita.
Pues, no. Los dejaron marchar. ¡Así de magnánimos somos! ¡No somos como ellos!, se arguye. ¡Pues, claro que no! ¡Me imaginan poniendo bombas en trenes?
De recontra: Por cierto, ¿qué tal si alguno de esos chupatintas se interesa por la merma de atentados en Irak e Israel? Alguno de los que llevó póster con el rostro de Guevara a la redacción de El País, por ejemplo. ¿Qué tal si se preguntan por los «autores intelectuales» de esa virtual ausencia de muertos y les conceden algún trocito de primera plana a los vivos? Ayudo: ¿saben cómo se llama el «autor intelectual» de la ausencia de atentados suicidas en Israel?… ¿Que no lo tienen? A ver, doy pista: su nombre consta de cuatro letras? No, no es paz, imbéciles, que paz apenas tiene tres.
Se llama «Muro».